Sobre mí

Seguir soñando o dejarse vencer…

Introducción de Cerca Trova

(…) Las misiones al final llegan, mostrándonos el lugar que nos pertenece ocupar en este inmenso universo, y de la forma más sencilla que nos podamos imaginar; por medio de un detalle, una charla, un objeto… Cualquier cosa por simple que nos parezca, puede ser la llave que abra la puerta de ese otro mundo, pero tenemos que estar atentos.

En mi caso fue un libro; INFERNO, de Dan Brown.


Aún debía de estar calentito en la editorial cuando mi hijo mayor me lo pidió para leerlo.

Era la Navidad de 2013 y lo devoró en cuatro días. Recuerdo sus explicaciones cenando el Día de Reyes, relatando a su hermana pequeña, a su padre y a mí, momentos de la obra que le habían encantado, lugares que teníamos que visitar.

Esos ojos lagrimeantes siempre que el sentimiento se apodera de ellos, inundaron de ilusión todo mi ser.

Él siguió hablando un buen rato, pero yo dejé de prestarle atención, solo oía el sonido de su voz. Mis ojos eran los que le seguían en su expresiva narración porque mi mente soñadora, ya había emprendido el vuelo hacia esos parajes persiguiendo una extraña sensación de pertenencia.

No sé qué es lo que movió dentro de mí pero… movió algo. Algo importante.

Y aquella noche, sin pensarlo dos veces, sin proponerlo a los demás siquiera, para qué; no tenía cabida ni la duda ni lo oposición, tomé la decisión que cambiaría mi vida para siempre.

¡Nos íbamos a verlo!

Tenía la escusa perfecta… el 18 de enero es mi cumpleaños. Quedaban tan solo doce días y tuve que organizarlo deprisa.

No somos muy viajeros, más bien nada, por lo que me puse en contacto con una agencia vecinal y nos lo programaron todo; vuelo, hotel, visitas, guías…

Fue maravilloso.

Visitamos la Galería de la Academia y conocí a El David de Miguel Ángel. Me encantó tanta belleza. Vi por primera vez el rostro del artista en un busto en la misma sala y me impactó. Hice suposiciones de su vida que más tarde me verificarían y no me lo podía creer, era como si ya lo conociera.

La Galería  de los Uffizi fue alucinante. La guía nos llevó por las obras más emblemáticas y qué contar…

El Nacimiento de Venus de Sandro Botticelli, las obras primerizas del grandísimo Leonardo Da Vinci, La Sagrada Familia de Miguel Ángel; a cual más bella.

Volvimos encantados, con una experiencia vivida inolvidable. 

Y absortos otra vez en la rutina cada uno continuó con su historia; en los estudios, el trabajo… Todos menos yo.

Yo no volví simplemente a mi vieja historia. Nunca la podré abandonar; ni quiero, porque es la de madre, organizadora, la que lo mantiene todo en su sitio, la que siempre está cuando se necesita. ¡Ésta es mi gran historia!, el mayor tesoro que podré tener nunca; mi familia, mi hogar, el amor de los míos, pero… tenía que encontrar esos lápices de colores  a los que de niña no dejaba nunca de sacar punta, porque algo en mí había cambiado, o mejor dicho, había vuelto.

Lo primero que analicé, sacapuntas en mano y sin saber por dónde empezar,  fue entender el porqué de mi pasado. Pasé días dándome cuenta que todo lo vivido era lo que tenía que vivir para  encontrarme en este momento. Para embarcarme en la que iba a ser la segunda vuelta al circuito de mi vida.

Comprendí que todo lo bueno y lo malo acontecido habían sido lecciones que tenía que aprobar.  Lecciones que sin ellas aprendidas hoy no sería quien soy.

Me di cuenta de que esta enfermedad que padezco, EM/SFC (Encefalomielitis Mialgica / Síndrome de Fatiga Crónica), en vez de privarme de la actividad que conocía, lo que hizo fue darme la mayor de las oportunidades, al influir en mi crecimiento como persona, como madre, esposa, hija, hermana, amiga… al tener que centrarme en observar. Al tener que parar y pasar muchos ratos analizando lo que de verdad es importante en la vida.

El no dejarme caer para no mostrarme caída, hasta entonces se lo atribuía a mi carácter autosuficiente, pero desde esta nueva perspectiva, ver siempre el vaso medio lleno, me había otorgado el poder de la fortaleza, sintiéndome recompensada en todo momento por los míos, viéndolos felices, tranquilos, con ganas de seguir, todos juntos, hacia delante.

Y ahora sé que todo ese esfuerzo, luchando por crear un ambiente digno donde mis hijos pudieran crecer sin sentir lo que es la tristeza de una enfermedad, todo ese tesón me ha hecho grande, me ha hecho valiente.

(Por supuesto tengo que darles las gracias a todos por quererme tanto, cuidarme cuando lo necesito y haber tenido y tener paciencia en los momentos malos, que también los ha habido y aunque en menor medida, sigue habiendo).

Ahora siento que esa parte de mi vida está cumplida.

Se cierra el capítulo de una enfermedad que me vino con un claro objetivo, estoy segura, y empieza la aventura de descubrir mi verdadera misión, con una vida limitada, sí, pero que me ha dado la oportunidad de estar atenta al detalle que tenía que cambiar mi existencia.

Y parece ser que todo empieza aquí, con los pinceles y las letras.