¿Te cuento una historia?

¿Te cuento una historia?

Cuando delante de mí, buscándolos o no, aparecen esos rostros que vivieron antaño y que algún pintor de entonces retrató, me traslado, sin querer evitarlo, a aquel momento lejano, y me quedo absorta observando esas pinturas que aparentan reflejar una vida fácil, cuando vivir debía ser verdaderamente complicado.

El día de mi primera conversación con una importante personalidad del mundo del arte de mi ciudad, sin saber qué retratos le iba a mostrar, sólo con la información de que mi Colección Vidas eran recreaciones del maestro Leonardo, antes de abrir mi cuaderno siquiera, me espetó su opinión de que no copiara y creara mis propios retratos. Luego rectificó, un poco, al ver que no eran copias exactas, que el detalle recreado de aquellos rostros revelaba una esencia personal.

Pero no debió de impresionarle demasiado.

Quizás no supe ganarme su complicidad.

Pero da igual. No fue la única persona, hubo más, y ninguna, hasta el momento, ha apreciado en mi obra nada en particular.

Lo he pensado, aún pierdo algún segundo en esa idea; crear mis propios retratos, buscar a mis propios retratados, pero para qué, siempre termino dejándoles la labor a esos artistas que ya tenemos, fieles creadores de bellísimos rostros contemporáneos.

Lo mío es distinto, va en otra línea, no solo el recrear ese rostro que vivió hace más de quinientos años me produce dicha, escuchar lo que tiene que decirme mientras leo su historia contada es lo que realmente me fascina, me enorgullece haberme topado con él o ella, pero cuando es nula la información de que disponemos, súbitamente aparece el hilo de la inventiva a mi lado, y agarrándome a él con fuerza me lanzo a soñar.

Ese relato que mi mente se va narrando a la vez que mis manos pintando, es lo que le da verdadero sentido a mi trabajo.

Contar historias me encanta.

Y qué mejor sitio que aquí para crear este nuevo apartado…

¿Te cuento la historia de mi san Pedro?

Esta recreación la hice en 2017 movida por ese sentimiento que me apresa cuando escuchando una conversación sobre decoración, mi mente viaja en busca de ese detalle que puede marcar la diferencia.

No soy nada convencional, lo sé, en mis decoraciones mezclo anacrónicos elementos con eclécticos estilos, aunque busco la simplicidad, de verdad, pero creo que al final consigo que el resultado sea elegante, armónico y muy distinto.

Escuchar esa conversación ajena donde mi profesional óptico contaba que se trasladaba a otra calle más céntrica, me hizo visualizar un gran retrato presidiendo la entrada, de alguien de antaño portando en sus manos la primera expresión de lo que luego serían nuestras conocidas lentes.

No sabía nada sobre el asunto, hoy sí, busqué información y aprendí un poco.

Aunque existe una discreta discrepancia, fue en el siglo XIII cuando un monje que perdía su capacidad visual, recopiló toda la información que un científico árabe del siglo XI había dejado escrita sobre la materia, fabricándose sus propias gafas.

Réplica de las gafas del claustro de Wienhausen, las más antiguas (h. 1400) halladas en Europa. Museo de Wienhausen.

Me fue curioso conocer que a pesar de hacerse muy famosas y necesarias, tanto para mayores con vista cansada como para jóvenes con miopía, no fue hasta el siglo XVIII que le colocaron las patillas.

Cinco siglos aguantándose las gafas en la nariz, o con un raro artilugio tipo gorro con alambres de los que colgaban las gafas, o una banda de cuero que sujetaba las lentes en torno a la cabeza.

Cuánto les costó percatarse de para qué sirven las orejas…

Una vez localizadas las primeras lentes me fue fácil encontrar protagonistas portadores. Todo volvía a suceder en mi época estimada, la renacentista, encontrando varios hombres retratados, casi todos pertenecientes a la iglesia, siervos escribientes.

No fue difícil elección. Este san Pedro pertenece a este gran retablo alemán de Los Doce Apóstoles, pintado por Friedrich Herlin en 1466.

Iglesia de Santiago.

Rothenburg ob der Tauber – Baviera | Alemania.

Las artes, muy eclesiásticas por aquellos tiempos, se inspiraban en relatos bíblicos para crear sus figuras y algo peculiar pasa con san Pedro, pues su persona siempre ha seguido fiel a este patrón: barbudo, canoso y de edad avanzada.

Me encantó su expresión, sus arrugas, sus rizos, esas canas, la pose de su mano portando esas lentes, su boca entreabierta como pronunciando una lectura…

Pero no tuvo éxito mi propuesta. Volví a aquella óptica para ofrecer mi trabajo como un toque de distinción a la decoración que hubieran elegido, esperando conocer detalles, como el color, para crear armonía, pero no me dieron la oportunidad de explicarles todo mi relato.

Según mi madre, a la que quiero mucho, cómo voy a ganarme la vida si voy regalándolo todo. Esa era mi intención.

Quedé desanimada, pero feliz en el fondo. No eran dignos de tener una obra mía pensada con tanto cariño, buscada y recreada exclusivamente para ellos.

Y no pude con la tentación. Y en vez de hacerlo en gran formato me lo hice para mí, más pequeño.

Fue la primera vez que utilicé la tabla de una mesa de Ikea que tenía de cuando mis hijos eran pequeños. Dos años más tarde fue cuando las tablas de esas mesas, por casualidad, me abrirían al mundo del reciclaje, al reutilizarlas para crear mi Colección VIDAS.

Hoy, mi san Pedro, preside un rincón de mi hogar y cada mañana, al pasar por su vera, nos damos los buenos días.

28/05/2020

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